Así se llama una famosa película y me tomé el atrevimiento de
robarme el título porque, retomando a grandes rasgos la trama, todo es
según
desde dónde
se mire, según quién lo cuente y según las expectativas que tenemos en cada
una de las personas.
En términos generales, los cuatro toreros estuvieron bien, desde
el de a caballo, pasando por el Maestro, el joven diestro en busca de su sitio y
la criatura recién confirmada.
Enrique Ponce se reencontró con su público, porque para
empezar, los toros no fueron protestados. En su primero, el único
potable de su lote, Enrique hizo alarde de su maestría. Desde lances
bajando mucho la mano, la revolera… ese remate a sus verónicas
con una larga, lenta, como quien no tiene prisa, como debe sentirse el toreo.
Luego sus doblones, con estética y poder. Y lo más
interesante, ver cómo se fue haciendo poco a poco de un toro brusco, que
cabeceaba, mientras el aguantaba y le bajaba mucho la mano. Temple, cambiados
de mano, y un toro, ya más compuesto en su embestida, porque tuvo quién
le dijera cómo quería que lo hiciera. El derecho fue su
lado y por el derecho lo toreó. Embestía una y otra vez y Ponce lo aprovechó.
Toreo en redondo rodilla en tierra, aunque nada como ver a Ponce en toda su
verticalidad, sin flexiones que salen sobrando. Cuestión de gustos. Y
luego, después de torearlo hasta que se cansó, la hora de la
muerte, que es dónde, empezando por él, todos sufrimos. Pero sucedió
el milagro y mató bien. Dos orejas merecidas, como pocas en esta Temporada. Lo
que no me pareció justo, el arrastre lento al toro, que más
que tener calidad, tuvo lidiador. Enrique Ponce estuvo muy bien, pero sin la
excelsitud de muchas otras faenas en la México. Fue una buena tarde para
reconciliarse con una Plaza que ante lo bien hecho, olvida anteriores afrentas.
Juan Pablo Sánchez también estuvo bien.
Tiene el don de la suavidad y del temple, de la clase, de la técnica.
Pero le falta transmisión, conexión con los tendidos, sentirse más,
para poder comunicar más. Buen torero, pero no acaba de arrebatar. Quizá
es muy interiorista, pero hay que sacar, hay que lograr comunicación
con los tendidos para que su temple y su clase, su pundonor y seriedad, su estética
y saber estar, repercutan. Es sólo cuestión de creerse y
saberse. Porque tiene con qué. El torero tiene que cambiar todos
los silencios, por argumentos que se escuchen en el tendido. No hay que tratar
de suplir la transmisión, acortando los terrenos, que al final sólo
molestan al toro. Quizá simplemente sea cuestión de imprimirle más
sentimiento al diálogo sostenido en el ruedo.
Y luego Juan Pablo Llaguno, quien tiene toda la técnica y
seguridad que muchos Matadores con años de alternativa quisieran, sin embargo y pese a lo
anterior, no es lo mismo un toro que un novillo. No es lo mismo ser el
novillero más destacado de
todas las plazas y concursos, que alternar en un cartel como este, en la Plaza
México, que se
supone, es la más importante.
Se le vio técnica, clase,
buen gusto, temple, serenidad, verticalidad, valor, pero un poco frío para mi gusto,
pero es muy joven aún y seguramente el tiempo le dará lo que ahora
le falta.
Quizá, si en vez de
apresurarlo a traerlo a México como Matador, hubieran esperado un año (el chamaco
es muy joven) y mientras, lo hubieran placeado en provincia, en corridas de
otro nivel, el año que entra
llegaría a la México con el
sitio que por el momento le falta. Llegaría de otro tono, menos verde. Porque el paso de novillero a
Matador, no sólo es
enfrentarse a toros con edad, también implica otra serie de responsabilidades, que para
asumirlas a cabalidad, hacen falta tablas. La plaza pesa, los alternantes
(hablando de Ponce específicamente) pesan. No hay que reventar las cualidades del
torero, que son muchas, queriendo hacer una “Figura Express”. Hay tiempo para que el arroz se cueza y esponje.
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