Cuando se tienen todas las facilidades, como el apoyo, tanto
familiar, como mediático, como de gente del ambiente; cuando se ha toreado
mucho, tanto en el campo como en plazas, en México y en España… no hay excusa
para que pasen y pasen los años y no pase nada. Pegar y pegar pases, sin decir
absolutamente nada. Tres derechazos buenos (no memorables) no hacen una faena. A
estas alturas, era para tener todas las tablas y todo el oficio para lidiar
toros buenos, regulares y malos y verse con sitio y resolver cualquier papeleta
con seriedad y no con pasitos para atrás y brinquitos. La única excusa que puede
haber ante esta situación, es que no hay una real convicción, sino más bien, querer
aprovechar un tren, sin verdadera vocación de viajero. El carisma, el arte y el
gusto por hacer las cosas, no son heredables. Te lo digo Juan, pa´ que lo entiendas,
Pedro…
Alfredo Ríos “El Conde” me dejó buena impresión. Un torero,
que sin poder redondear una faena en ninguno de sus toros por las condiciones
tan poco favorables, tiene bien definida su personalidad, que lamentablemente,
es lo que le falta a la mayoría de los toreros, separarse del montón. Por
momentos logró detalles con mucho arte y mucha verticalidad, que de haberlos,
él mismo, sentido más, se hubieran quedado para siempre. Faltó eso, sentirse…
que al final, lo es todo.
Y luego, en el toro que regaló, la actitud que tuvo después
de esa cornada tan seria y de la zarandeada tan fea, fue muy discreta, sin
aprovecharse de la circunstancia para vender, ni ganarse las palmas o el
reconocimiento del público. Sin dramatizar. Con la cornada que traía, que fue muy
grande, era para dolerse más, sin necesidad de exagerar. Eso habló bien de él,
regresar a la cara de ese toro, matarlo, y luego, sin mayor aspaviento, entrar
por su propio pie a la enfermería. Esas actitudes hablan por sí solas. Ojalá
aprendan tantos toreros teatreros, que aprovechan cualquier circunstancia para
hacer mercadotecnia o que andan encarándose con los jueces, mendigando orejas.
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