martes, 15 de diciembre de 2015

¿Después de Fermín?... Fermín

Al final ¿qué son las orejas? números, retazos de toro, estadísticas… pero de ninguna manera garantía de que una faena permanezca por siempre en el corazón y en la mente del espectador.
Una faena puede no resultar en el corte de orejas y sin embargo, ser de las más importantes de una temporada, por lo que dijo, por su estética, por su elegancia, por su cabeza, por su diálogo.
Una faena memorable debe hacerte sentir como cuando vas a un concierto o al cine y ves una obra de arte que te marca para el resto de tu vida, como cuando acabas un libro, sin querer acabarlo, porque con ese libro lloraste y con ese libro comprendiste tantas cosas que antes no entendías.
Es cierto que a Fermín Rivera le urge un triunfo redondo en la plaza México, y ese día era el domingo, donde lo único que le faltó fue matar bien para cortar las orejas, y por fin, salir en hombros. Hace ya varias faenas lo merece.
Sin embargo y pese a las fallas con el acero, lo hecho esta tarde por Fermín Rivera seguramente serán de las faenas más importantes de esta temporada y de muchas. Porque fueron faenas con contenido, con estructura, que servirán de referente para otros toreros, para su educación, análisis, faenas trascendentes por sus tiempos, sus espacios, su inteligencia.
Fermín es elegante y sobrio. Sabe los recursos que debe usar, sin despilfarrar, ni empalagar
¿Qué dicen que se debe alocar para conectar? ¿Qué debe modificar un poco su estilo para llegar a más público? No, no estoy de acuerdo con eso. Él conecta con quien debe conectar y está claro que nunca será un torero de masas, se vio ayer en la taquilla. Pero lo exquisito no es de masas, las masas necesitan otra cosa y él no está para esas cosas. Para eso hay muchos toreros nacionales y extranjeros.
Fermín es un estilo diferente a todos.
Ese espectador que ahora no entiende a Rivera, no lo va a entender si se descose y se descara, porque ese, no sería Rivera.
La espada… la dichosa espada ¿pero se fijaron cómo, durante la preparación a la muerte y mientras se perfilaba, en los tendidos reinaba un silencio sepulcral? La gente acompañando al diestro en la suerte… acompañando a diestro y a toro, uno para matar y el otro para morir. Lástima que no atinó a la primera, pero esa comunión solo habla de la seriedad en el quehacer del torero y de cómo los presentes, pocos pero realmente taurinos, correspondían a esa seriedad.

Ahora, hablando del primer toro de Sergio Flores ¿no vieron esa tanda que le pegó? Esos derechazos largos cuan largo es el brazo del torero, extendiendo la embestida, con esa hondura del toreo mexicano; y el toro iba bien, lo mandaba hasta allá y hasta allá se iba. Quizá pocos se percataron, porque solo fue una tanda y además fue corta, y luego… que “el toro cambió de lidia”. Y sí, cambió de lidia, pero ¿por qué cambio de lidia? Hubo un instante, una micromilésima de segundo, en que en un muletazo, Sergio le adelantó la muleta, casi imperceptible, pero así fue. Y ahí es dónde recuerdo las sabias palabras de mi Maestro Pastelerito que me decía: “El toreo es matemático…” y si, cuando enfrente hay un toro con edad, ese adelantamiento es grave porque el toro siente al torero, y a partir de ahí, Sergio perdió la distancia y el temple que ya había agarrado, y el toro supo donde estaba la presa. No fue un mal toro, sino que lo dejaron sentir. Una lástima porque esa única tanda, por momentos me hizo concebir ilusiones. Me gusta Sergio, me gusta su toreo, creo que es uno de esos toreros tan escasos que interpretan la mexicanidad. Y bueno, esta tarde no fue posible el triunfo. El segundo toro, ese sí, no había por dónde.


Para finalizar, algunas cosas de esta corrida se omiten por irrelevantes, otras por respeto al lector.

sábado, 12 de diciembre de 2015

La paz del Califa

Hace unos días estuve en la ciudad de Córdoba, España.
Tenía la tentación de ir al Cementerio de Nuestra Señora de la Salud, donde descansan los restos de “Manolete”.
Primero, localizar el cementerio. Según el mapa, había llegado, pero solo veía edificios como de interés social y bajando unos escalones, una pequeña iglesia blanca, con aspecto abandonado. Pasando la entrada a la iglesia, encontré un enrejado que conducía al cementerio. Tonos grises, como película en blanco y negro; como que una tarde, todo se detuvo...
Sentí pesado el ambiente, mucho silencio; me dio miedo y no por los muertos, sino porque malvivientes hay en todos lados y cualquier cosa que sucediera ahí, nadie lo notaría.
Caminé y caminé y no daba con la tumba. Seguí adentrándome, hasta que tomé la radical decisión de dar media vuelta y no arriesgarme a un asalto. Me detuve en seco y giré 180 grados para emprender la huida y, misteriosamente, tropecé de frente con un mapa que decía: “Usted está aquí” y abajo un listado de tumbas. La clara invitación a quedarme. Entonces, escéptica, seguí aquellas confusas y escuetas indicaciones y en eso, empecé a escuchar unas voces rompiendo el silencio, caminé hacia ellas y distinguí a tres hombres, como sacados de otra época. Sus tonos eran sepias en su vestir y en su piel.
Me acerqué y me miraron sin sorpresa, como si me estuvieran esperando, como si tuviéramos agendada esta cita. Les pregunté por la tumba de “Manolete” y uno de ellos me dijo con total naturalidad: "… está a su espalda, Señora..." y ahí, entre dos árboles que sobresalían, estaba el Monstruo, lívido y etéreo, yaciendo con las manos entrelazadas sobre su pecho… en total paz. Había tres flores, seguramente puestas por estos hombres. No se cuántos minutos estuve frente a la tumba, donde también descansa Doña Angustias. La vi desde todos los ángulos (en la parte trasera hay una inscripción muy bella, dedicada al torero). Tras perder la noción del tiempo observando y sintiendo, pensando y dimensionando, agradecí a los señores y me encaminé a la salida. Instantáneamente volvió a reinar un profundo silencio; tuve la tentación de voltear a ver si todavía estaban, pero no lo hice. Salí del cementerio sin prisa, con el deber cumplido; sin miedo a los vivos y mucho menos a los muertos.
Esta visita fue guiada por señales ineludibles y pude ver al IV Califa en su paz, una paz que vivo, quizá nunca sintió.
Pero comprendí, que los muertos, muertos están y sus terrenos, no nos pertenecen.


martes, 8 de diciembre de 2015

Excusas que esconden un “… no puedo…”

En la octava corrida de la temporada hubieron toros malos y otros menos malos. Es más, algunos no fueron malos, pero les faltó emoción, sin embargo se dejaban torear y para toreros tan experimentados como los que actuaron en este cartel, las excusas salen sobrando.
La diferencia de actitud marcó la diferencia entre un torero y los otros dos.
Anunciar los carteles con antelación en una temporada puede tener ciertas ventajas, por ejemplo, que la gente que vive fuera puede planear venir a tal o cual corrida, pero por otro lado ¿qué caso tiene repetir tres veces a toreros que no hicieron méritos desde la primera; las repeticiones hay que ganárselas y se ganan en el ruedo, con méritos actuales y méritos propios. El toro no sabe de apellidos. Pensar que todavía falta otra corrida para el Zotoluco y otra para Silveti.
Es posible que El Zotoluco ya no quiera saber nada, que ya esté cansado, pero la decisión que tome, debe tomarla ya, porque la actitud que ha tenido últimamente es de mucha apatía, sale básicamente a cumplir, pero no se me hace justo, ni para el público que paga un boleto nada barato, ni para la trayectoria de Eulalio.
Los toros que le tocaron, sobre todo su primero, no fue un diablo al que no le pudiera realizar una faena, más conociendo su estilo, que no es precisamente de arte. El toro no era malo por el derecho. Pero Eulalio no quiso saber nada de ninguno de los dos. Y luego el tema de la espada es verdaderamente triste. No debe permitirse estas escenas. Que hizo aire ¡pues sí, hace aire muchas veces! pero la actitud se nota, con o sin aire.
Diego Silveti, otro que repiten hasta el cansancio. Con todo respeto que me merece la dinastía, pero aquí hay que salir a refrendar su nombre, que los demás ya hicieron lo propio en su momento. Ahora, si no se siente en la disposición, también es muy válido. Me imagino que estos muchachitos deben sufrir una enorme presión por parte de todos, por continuar con algo que a lo mejor no desean.
Estando frente al toro, de poco sirven las dinastías. Todo se gana en el ruedo, por más que lo repitan una vez y otra, quitando oportunidades a otros. Silveti como siempre, tuvo suerte en el sorteo, hablando de su primer toro, y no supo cómo aprovecharla. Logró unas tandas tibias, que en vez de llevarlas a mayor nivel, las remataba, ya cuando lograba calentar un poquito el ambiente ¿para qué remata? ¡síguele!; y luego su segundo, un torito sin ninguna presencia y sin calidad. Quizá era mucho desgaste para las ganas que traía.
Afortunadamente la tarde la salvó el francés Sebastián Castella. Él sí, no llegó a cumplir, llegó a triunfar. Cortó una oreja a su primero y hubo quien pedía la segunda, pero tampoco es kermés. Una, muy merecida. La gran diferencia fue la actitud en ambos toros, hasta en su segundo, que fue muy malo.
Castella llegó como siempre, serio y escueto, a hacer lo que sabe hacer, a pararse enfrente, quieto, inteligente y observador, hallando la ocasión para imprimirle clase a sus faenas de poder, quedándose muy quieto ante embestidas bruscas, poniéndole creatividad para emocionar y conectar con la gente, y cuando había la mínima ocasión, torear con suavidad y temple. Salvó esta tarde con sus dos intervenciones, sin poner excusas fuera de lugar y sin detenerse por las condiciones de sus toros (su segundo fue francamente malo).
“… que si el toro, que si el aire…”, esos son pretextos que esconden un “no puedo”.

Hizo aire… sí, los toros fueron complicados… sí, pero aquí triunfa el que viene decidido a hacerlo, y cuando hablo de triunfo, no hablo de orejas.