viernes, 30 de agosto de 2013

La única verdad irrevocable


El hecho de que un torero muera en el ruedo, o a consecuencia de una cornada, causa un impacto tremendo, como si no supiéramos que la muerte es una presencia constante en la Fiesta Brava, finalmente, la que le da sentido.
Lo mismo está expuesta una figura mítica, como “Manolete”, que un joven camino a la consagración, como José Cubero “El Yiyo”.
“El Yiyo”, con una muerte como inspirada en un poema, porque le partieron el corazón en dos… lamentablemente no por desamor, como tendría que ser a su edad, con toda la vida por delante. Donde no queda el consuelo de que el tiempo todo lo cura, si acaso para los dolientes, para una afición conmovida por otra pérdida, que sólo vino a renovar la solemnidad de una Fiesta que poco a poco se pierde entre reflectores y papel couché.
En los toros no hay cabida para superficialidades, ni para titubeos, y tampoco para precauciones; la muerte es certera, la muerte no duda, la muerte no se equivoca. Acude siempre puntual a la cita. En ocasiones es piadosa, porque, como en el caso del “Yiyo” (30 de agosto de 1985), fue fulminante, ni tiempo le dio de darse cuenta que ya estaba en sus brazos, entregado, como si fuera su último amor. La muerte del “Yiyo” fue benévola, no sólo por rápida, sino también porque fue en el ruedo, donde sueñan morir todos los toreros.
Aquella tarde de Colmenar el Viejo, “Yiyo” no figuraba en el cartel, pero contra el destino no hay nada qué hacer… una substitución, la de Curro Romero.
Muerte menos piadosa la de “Manolete” (29 de agosto de 1947), hasta el día siguiente del percance, sintiendo cómo, poco a poco, se diluía su vida, entre conflictos familiares, amores truncados, intereses, confusiones, plasmas equivocados. Y mientras… la muerte jalándolo de una pierna, con la misma que dio un paso a la inmortalidad, envuelto en incertidumbre.
Y luego, la incredulidad ante lo sucedido, como si no fuera un hombre común, como si fuera imposible la muerte en alguien como él.
“Manolete” no se puede concebir sin la tarde de Linares; su historia, su personalidad legendaria, sus ojos melancólicos y su lánguida figura estarán por siempre ligados a “Islero”, de Miura. Un encuentro que tenía que darse para crear la leyenda, lo único que le faltaba al de Córdoba para ser inmortal… “Ya eres eterno Manuel…” (Miguel Herrero).
Así, se conmemora un año más del fallecimiento de estos dos grandes toreros, y también se reafirma la única verdad ineludible de la Fiesta Brava, el enfrentamiento de la vida… y la muerte.

sábado, 3 de agosto de 2013

El Camino del Guerrero


"Cualquiera puede introducirse en lo más reñido de la batalla y morir. Para un samurái es un verdadero valor saber vivir cuando ha de vivir, y morir cuando ha de morir".

Quien se alinea a una filosofía, no adopta algo nuevo. Es su misma esencia, la que finalmente encuentra las palabras precisas, su orden y su estructura.
Así encontró Antonio Corbacho, en la filosofía de los guerreros samuráis, la metodología para guiar, bajo otra perspectiva, a los toreros que formó.
Y es que este hombre era diferente de por sí. Y los hombres diferentes, son de otra manera, y por ende, coinciden con seres igualmente distintos.
Como cuando nadie más se había dado cuenta, pero Corbacho se percató que aquel joven de Galapagar, tenía algo distinto a los demás, y vislumbró, antes que fuera evidente para todos, lo grande que podría llegar a ser. Luego el destino, una vez completada la formación, se encargaría de separarlos. Y es que los fundamentos, cuando se transmiten sólidamente, se aprenden para siempre.
Hay personas cuya misión es guiar, descubrirles el camino a aquellos que tienen pies para andarlo.
Imposible hablar de Antonio Corbacho sin hablar de José Tomás. Porque un hecho es el resultado de muchas circunstancias. La mayor parte del mérito es del torero, su espíritu, su valor, su convicción y su personalidad, pero… ¿habría sido el que es, sin esos primeros años al lado de Antonio? No lo sabremos nunca, porque la historia fue de esa manera y no de otra.
Y la distancia posterior se dio porque la formación estaba consolidada, había que seguir el camino. ¿Una ruptura?… sólo ellos lo saben.
Cuando lees un poco acerca de la filosofía samurái, empiezas a comprender esa actitud estoica de José Tomás frente a los toros, frente a sí mismo, frente a la vida y frente a la muerte.
El maestro triunfó, pese a no haber estado junto al discípulo en los años que lo consolidaron como el mito que ahora es, sin embargo, pudo atestiguarlo a una distancia prudente.
Corbacho llevó a otros toreros, como al mexicano Arturo Macías “El Cejas”. Tomó sus poderes en un momento importante de su carrera, sin embargo, y nunca sabremos por qué sucedieron así las cosas, lo llevó a España con corridas que no debieron ser las que fueron, constituyendo ésto, con la sangre de Arturo por precio, un bache muy importante en su trayectoria, mismo que le fue difícil superar.
Volviendo al tema de la filosofía samurái, hay varios puntos que vale la pena compartir y contextualizarlos dentro de la Tauromaquia:
"El camino del samurái se encuentra en la muerte. Una vez que el guerrero está preparado para el hecho de morir, vive su vida sin esta preocupación".
“Un samurái debe tener valor heroico. Vivir la vida de forma plena, completa, maravillosa. El coraje heroico no es ciego. Es inteligente y fuerte. Reemplaza el miedo por el respeto y la precaución”.
“El aprender y el aprendizaje están hechos para ser olvidados. Es entonces que el cuerpo es capaz de desplegar por primera vez, y a su máxima expresión, el arte adquirido por el entrenamiento de varios años. El cuerpo se moverá automáticamente, sin un esfuerzo consciente. Cuando se llega a este nivel, todas las enseñanzas son tiradas al viento, con una mente perfectamente inconsciente de su propio trabajo”.
El auténtico samurái sólo tiene un juez de su propio honor, y es él mismo”.
Descanse en paz, Antonio Corbacho (1951 - 2013).