El Pana es para mí un gran ejemplo,
aunque a algunos, los que nunca lo entendieron, les sorprenda.
Poca gente he conocido que practique la
virtud de la congruencia.
Pensar, vivir, decir, hacer… todo de
acuerdo a lo que somos.
Fue ejemplo también de valor, no solo
frente al toro, sino frente a la vida y sobre todo, frente a sí mismo; encaró cada
uno de sus abismos y creo que pese a ellos, fue feliz, porque vivió
intensamente y ejerció su vocación aún con todo en contra.
En los últimos años… ocho… nueve… la vida
le recompensó lo que le debía. Tuvo reconocimiento en México y también en
Europa, donde toreó en varias ocasiones dejando huella de su arte y
personalidad, para muestra, el emotivo minuto de silencio en el máximo templo
del toreo, Las Ventas de Madrid.
El Pana caminaba alternadamente entre el
infierno y la gloria, nunca negó sus caídas y lo más importante, siempre
persiguió sus sueños.
Además, y pese a lo que muchos digan, fue
un torero muy importante en la Tauromaquia Mexicana, justo por eso, porque
toreaba a la mexicana, un estilo con muy pocos exponentes, que se caracteriza por
una gran expresión y profundidad, lo cual va más allá del valor, inclusive de
la estética y la técnica.
Nos gustaría decir que la Tauromaquia del
Pana dejó escuela, pero no, porque la profundidad no se enseña, la profundidad
se trae o no se trae; el hambre se trae o no se trae; el genio es, o no es.
A través de su hondura exorcizaba sus
demonios. El Pana… tan lleno de tinieblas y tan lleno de gracia.
La muerte no llegó en junio como quedará
registrado en un acta de defunción, al Pana lo empezamos a llorar hace más de
un mes, el primero de mayo.
Su muerte no dolió, lo que dolerá será su
ausencia; dolió el percance y sus consecuencias; dolió en el alma y estuvo de
sobra, ese tiempo entre mayo y junio, que duró una eternidad. Aunque conociendo
al Pana, tal vez quiso antes despedirse de todos sus demonios, pero eran
tantos, que fueron necesarios esos 33 días en el infierno.
Su legado ahí queda; la congruencia; el
valor de enfrentar la vida; el romanticismo que se extingue inevitablemente; la
perseverancia; la creación de un personaje mágico y la capacidad de vivir de
acuerdo a él.
El Maestro Pana ya está en la gloria y
desde hace mucho es leyenda. Tuvo muerte de torero como siempre quiso, pero
también, muerte de toro bravo, porque se resistía a entregarse.
¿Y si en vez de lamentar su muerte,
celebramos su vida?… el coincidir en su época y dejarnos cautivar por su
hechizo.