martes, 11 de mayo de 2010

La Historia Sin Fin


La Otra Cara de la Fiesta en México

Quinta Entrega

Quien considera a Gabriel García Márquez, uno de los máximos exponentes del realismo mágico, es que nunca ha conocido a mi querido maestro.

Conocí a Jorge González “Pastelerito” gracias a mi ocurrencia de aprender a torear.

Este personaje es amigo de mi padre desde hace mucho, entrenaban juntos con el maestro Fajardo y vivieron un sinfín de aventuras taurinas, después, por azares de la vida, perdieron contacto, para más tarde, volverse a encontrar en el camino.

Cuando le transmití a mi papá mi inquietud de aprender, me llevó con Jorgito, quien tenía fama de excelente maestro en el arte de los toros. Y no se equivocó.

Mi maestro tiene una forma de transmitir sus conocimientos llena de gracia, en la que intercala historias fascinantes junto con técnica, arte, buenas maneras y demás detalles que hay que saber, si se tiene pretensión de andar por el mundo de los toros, sabiendo estar.

Lo que yo aprendí a su lado es inmedible. Aprendí desde cómo rodarme adecuadamente sobre la arena si un becerro hechaba mano de mi, cómo dejar de caminar como “Chencha”, cómo sacar un patrón de costura de un saco de cemento, hasta como hacer un tabique para construir una casa. Además por supuesto, de todas las suertes del toreo, técnicas para salir bien librada ante cualquier tipo de embestida (ya si las apliqué o no, no es culpa del Maestro), historias de toreros, hasta historias totalmente increíbles.

Recuerdo una aventura que contaba el maestro. En una de sus correrías taurinas, por el sureste de la república. Hacía tanto calor, que se metió a nadar en un rio, cuando de repente, se percató de la presencia de varios cocodrilos que lo observaban con ganas de echarse un taco. El, ni tardo ni perezoso se hizo de dos palos, uno para cada mano. Así , continuó nadando y retando a los cocodrilos que no hallaban la hora de acercarse para soltarle la mordida. Cuando el momento llegó, éste les metió las improvisadas estacas y al cerrar la boca, se causaron un daño mortal. Esta suerte la hacía a dos manos, ya que le embestían tanto por el derecho como por el izquierdo. No se si esta aventura la leyó en alguna edición de Chanoc, pero a mi me gusta pensar que fue cierta.

Y como ésta, muchísimas historias, pero lo mejor es la gracia con la que las cuenta, por eso, cuando vi la película de “El Gran Pez”, lloré tanto, porque era la historia de Jorgito.

Pastelerito tiene un entusiasmo que no le cabe en el cuerpo, y esto es, desde que enseña a un discípulo a torear, tiene la plena convicción de que será figura del toreo y de que es un torero con cualidades diferentes, con un arte quintoescenciado. Y es que así es como se debe hacer todo.

Y su casa…. es digna de formar parte de un tour de “Lugares que debes ver en la ciudad de México”. Vive en una zona totalmente pedregosa, el terreno donde se enclava su casa tiene un sinfín de recovecos que él ha sabido aprovechar de forma por demás barroca-morisca.

Hasta abajo está su patio andaluz, con un nicho destinado a la Virgen de Guadalupe, y es ahí donde suceden las fiestas de quince años más memorables, con chambelanes mejor que profesionales.

La característica más importante de esta casa, además de su arquitectura totalmente creación de mi maestro, es que el hecho de verla un día terminada, es lo que le da vida y motivación a Jorge, y al mismo tiempo, yo pienso que en sus planes está nunca terminarla, porque entonces, se le acabará ese motivo de vida.

De los personajes a los que he tenido la fortuna de conocer, a este le guardo un lugar muy especial en mi corazón. Me enseñó muchísimas cosas, pero sobre todo, el entusiasmo por la vida y por cada pequeña cosa que se hace.

Lo que yo pueda decir de “Pastelerito” se queda corto en este escrito, que más bien podría ser la contraportada de ese libro que alguien tiene que escribir un día.

Gracias Maestro Jorge por cada lección de toreo y de vida.