La muerte de Laureano de Jesús Méndez, consecuencia de una
cornada en la cabeza, suscitó muchos comentarios. Recordemos que por el mes de
abril de este mismo año, murió también, por una cornada en el tórax, el torero
Santos Gaspar May Hau, de quien casi nadie habló.
Lo de Laureano sucedió en Xuilub, municipio de Valladolid,
donde según dicen, el herido tuvo que ser trasladado a un hospital en el
automóvil de un particular, muriendo al llegar, o antes, o quien sabe… la
información es escueta.
Ahora, es cierto que estos festejos se hacen sin asistencias
médicas, pero… hay veces que los recursos son tan escasos que no alcanza… ¿y
qué se hace en esos casos? Si no hay todos los protocolos de seguridad ¿no hay
evento? Tenemos que caer en cuenta que vivimos en un país surrealista y
tercermundista, donde muchas cosas suceden sin previsión de ninguna índole y, por
el contrario, muchas tragedias no suceden, de puro milagro. Empezando por las
“plazas” que en el sureste llaman “tablados”. No dudo que sean fabricadas con
materiales resistentes y que lleven muchísimos años siendo usadas, y que mucha
gente se trepe a estas estructuras y que no haya pasado nada, o casi nada. Pero
¿quién supervisa estas construcciones? ¿habrá un perito autorizado por el
municipio, que de fe de que estas plazas resisten al número de personas que
entran? (sobre todo en ferias importantes como es el caso de Tizimín).
Y entonces empezamos a ver que no sólo es asistencia médica
para los toreros… es la plaza, es el ganado, es la vigilancia policiaca, son muchas
carencias, y no sólo en el sureste… ésto pasa en muchísimos pueblos y
rancherías de México.
¿Y qué procede? ¿cobrar más caro en un pueblo donde apenas
tienen para mal comer?
La cornada de Laureano fue tremenda ¿Se habría salvado de
haber habido ambulancia y un equipo médico de primera? A saber.
Desgracias de este estilo ha habido muchas y no creo que
algo vaya a cambiar a partir de ésto. Para muestra basta leer la clásica novela
de Luis Spota “Más cornadas da el hambre”, tan vigente como siempre, pese a los
años que han pasado desde su publicación.
La muerte es el ingrediente primordial en la Fiesta de los toros.
A ella se enfrenta un torero en la plaza más importante del mundo, o como
Laureano, en una modesta plaza de palma o vigas, o en una ganadería, tentando.
La muerte está donde tiene que estar. Este tipo de
historias, tan humildes, en contraste con aquellas como la de Manolete, es lo
que hermana a la fiesta, la humaniza. Porque la muerte no distingue niveles.
Laureano se va sin pena ni gloria, después de haber
perseguido quizá un sueño, quizá sólo el pan para los suyos. Unos logran llegar
lejos, obteniendo gloria, fama y fortuna. Para otros, con los mismos sueños, la
única recompensa es salir vivo de ahí.
Esos festejos no se dejarán de realizar. Cuando haya
recursos se harán mejor, si no los hay, se harán con lo que alcance. ¿Prohibirlos?
Lo veo difícil.
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