Hace unos días
murió Jorge López “El Negro”.
Era mozo de
estoques, el mejor del mundo. Todo lo dejaba perfecto y el compromiso de su
Matador, era un compromiso personal. Para él tenía la misma categoría un
Matador consolidado, que un novillero, que un aficionado práctico. Brindaba sus
servicios con la misma seriedad, cariño y dedicación por uno que por otro.
Era muy meticuloso para afilar espadas, para sacar manchas
de sangre a un terno o un capote, para todos los detalles. El Matador debía
salir impecable y tener sus trastos prestos en el momento justo. Una presencia
discreta pero oportuna en el callejón.
Jorgito se fusionaba
con el torero, se repartían miedos, responsabilidades y presiones. Así su
Matador se sentía acompañado, había quien le servía las espadas, quien cuidaba
de su imagen y sus cosas, pero también quien entregaba la vida por él, y así lo
demostraba “El Negro”, lanzándose a cuerpo limpio al ruedo para hacer un quite si
era necesario.
Jorgito vivió su
vida a través de los toreros a los que sirvió. Hizo suyas cada emoción, cada sueño,
cada triunfo y cada fracaso.
Además, aprendió
los secretos de la fotografía del mejor maestro que pudo haber tenido, “El
Saltillense”, quien lo apreciaba muchísimo.
A Jorgito, como
le decíamos en casa, no le gustaba mucho la gente. Diría más bien, que era muy
selectivo con sus amistades, por ello, ser su amigo era un halago.
Nos hicimos muy
cercanos porque yo, en plena adolescencia, me enamoré platónicamente de un
Matador con quien Jorge trabajaba.
Y entonces
íbamos a todas las plazas donde toreaba el susodicho. Jorge, sabiendo de mi encandilamiento,
siempre me metía hasta la capilla para que pudiera saludarlo.
Una Navidad,
aquel Matador tuvo a bien llamarme desde su tierra natal, para felicitarme por las
fechas decembrinas. Yo no lo podía creer, pensaba que ahora sí, inevitablemente era el inicio de una gran historia
de amor que culminaría en boda; obviamente, detrás de esa llamada tan
inesperada, estaba Jorgito. Por supuesto la historia de amor, existente tan
solo en mi cabeza, no prosperó, pero fue la excusa para integrar a Jorge a nuestra
familia.
Era un ser
amoroso a su manera.
Querer, a veces
es un acto natural y a veces, es un acto aprendido. Aprendes a querer a alguien,
cuando entiendes su carácter, su forma de expresar sus sentimientos, su
lenguaje.
Yo a Jorgito lo
quise por muchas cosas, pero más por esa ternura que quizá poca gente conoció.
Por ese cariño áspero, huraño, que parece que se da a regañadientes, pero que
acaba siendo el más sincero.
Descansa en paz
mi querido Negrito… te agradezco los regalos que me diste todos los años que
compartimos, los atesoro en la parte de mi corazón, donde está todo lo importante.
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