Empezó bien la tarde desde el momento en que salió
solamente Fermín Rivera a saludar al tercio. Porque ahora la usanza es que
salgan todos los alternantes, tengan merecimientos o no, quitándole
categoría
al que realmente tiene los méritos.
He hablado tanto de Fermín Rivera y después
de esta tarde, siento que he dicho tan poco.
No se por qué nos empeñamos en buscar en los extranjeros lo que tenemos
aquí.
Tenemos frente a nosotros al torero que de verdad puede marcar época,
rescatar de lo grisáceo a nuestra Fiesta tan huérfana de Figuras desde hace tantos años.
Un torero con personalidad propia pese a su linaje, con técnica,
con presencia. Y sin embargo, un torero no fácil de entender. Porque lo fácil
es simple y es barato, es para masas, y este torero no es para masas, de ahí
se entiende la mala entrada que hubo en esta corrida. Fermín
es para ese selecto grupo de taurinos que de verdad comprenden lo que hay que comprender.
Captar el arte que rodea un lenguaje tan escueto. Como un Haikú,
poesía
en el menor número de palabras. Porque cuando las palabras se escogen adecuadamente,
no hacen falta muchas.
Quizá este torero no sea rentable para llenar plazas con gente ávida
de emociones banales. Es como comparar la Cumbia con la Ópera, tan válidas
una como la otra, pero el público y los escenarios son otros. Es
catalogado como frío cuando es el receptor, el que carece de sensibilidad para
sentirlo. Y es que la mayoría necesitan ver alardes y adornos y
gritos y trapazos y encimismos para emocionarse.
Fermín el de distancias, el de espacios, el de observación
y tiempo. El que dice tanto con tan poco; con tan aparentemente poco, porque
detrás
de él
hay una trayectoria y una técnica depurada que lo respaldan y lo más
importante, la inteligencia y la serenidad que resultan en arte, un arte que no
grita, que no apabulla, que no necesita brincar, para protagonizar y ser
contundente.
Es difícil hablar de Fermín sin caer justo en lo que a él
no le gusta, la palabrería, los adjetivos de más; por eso mejor dejar que sus faenas lo
digan todo.
Son tan escasas las oportunidades de torear en la México,
salvo para un selecto grupo, que a veces se merece las oportunidades y otras veces
simplemente toman lo que sus influencias les dan, pero sin dejar huella, ni decir nada.
Sergio Flores estaba programado originalmente para torear en México
desde la séptima corrida, sin embargo la vida y el destino hacen lo
suyo y días
antes sufrió un percance desafortunado en un festival, y hasta la penúltima
corrida, le recuperaron su fecha.
Pero en esta penúltima corrida, no solo recuperó
esta fecha, recuperó todas las fechas perdidas en todos los percances que su
cuerpo recuerda, que son muchos, y recuperó sus años
de infancia y juventud y renovó todos los sueños que lo convirtieron en torero. Y fue por su
encuentro con “Gibraltar”. Y se vieron y se midieron y se
hablaron y se entendieron y hubo hondura y hubo sentimiento y hubo belleza y hubo valor y hubo mensaje y hubo
entrega y hubo nobleza; no hubo dudas, sólo pasión y convicción.
Y ambos, toro y torero, merecieron lo que sucedió
esta tarde: uno, el perdón de su vida y el reconocimiento a su casta y calidad; y el
otro, después de tanta espera, en esta última tarde, hacer lo más
trascendental de la temporada.
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