… y ese día escuchaba yo en la radio la narración, y luego
empezó a circular el video, rápido como sucede ahora todo. Benditos medios de
comunicación. Y cuando pareciera que ya nada asombra… sigue asombrando. Ahí
está la magia.
Una sorpresa es aquello que sucede cuando menos te lo
esperas. ¿Cómo puede sorprendernos algo que sucede continuamente? Es contradictorio.
Hace poco vi el video de un niño como de diez años toreando
en un festival. Y lo hacía con tal intuición y conocimiento de causa, que no
parecía un niño, parecía un torero experimentado. Toreaba como si lo supiera
todo. Y luego, ese niño creció, y sigue toreando como siempre, porque sabía desde
entonces, cual era su camino.
Que bonito hacer algo por años con la misma frescura de la
primera vez. Con el mismo entusiasmo de cuando se descubre la vocación. Y ahora,
lejos de aburrirse, se renueva día a día.
El pasado 31 de marzo, Domingo de Resurrección, Julián López
El Juli cortó tres orejas y abrió la Puerta del Príncipe en la Maestranza de Sevilla.
Y es que salió como siempre, a comerse al mundo, porque nunca se le ha quitado el
hambre.
Muchos juzgan ciertos procederes del Juli, que si se agacha de
más, que si pierde la estética, que si brinca para matar al toro. No creo que
eso sea relevante después de todo lo que hace en el ruedo y fuera de él. Si se
agacha, es porque está fusionándose con el toro, entendiendo su lenguaje,
escuchándolo y hablándole al oído. La estética pasa a segundo término, y el
resultado es paradójicamente bello, porque comunica, porque emociona, porque tiene
dimensión.
Las formas que se han aprendido a la perfección, no se
pierden, si acaso se reinventan, y no para complacer a nadie, sino como un
regalo a sí mismo.
Decía Picasso que él desde chico pintaba como Rafael, pero que
le llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño. Parece que El Juli está
recuperando el tiempo que invirtió siendo un adulto, cuando debía de ser un
niño y jugar, despreocuparse, divertirse y reír. Ahora, ya consolidado viene
por todo aquello que creía perdido. Viene a jugar, y a dejarse ser, con la
inconsciencia del que nada le preocupa, porque no es tiempo de preocuparse por
nada. Y entonces juegan en el albero niño y toro, solos, amigos, sin tiempo,
sin nadie y con todo.
En estas épocas de tanta pose y tanto marketing, sorprende
quien sigue siendo lo que siempre ha sido, si acaso ahora con la sabiduría que
confiere la experiencia, desaprendiéndolo todo para volverlo a aprender.
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