La felicidad es un concepto complejo, por su carácter
absolutamente subjetivo y por su intrínseca intangibilidad, aunado ésto, a su
condición efímera.
Es un estado del espíritu ambicionado por todo el mundo. Una
meta universal.
Un momento de felicidad es como hallar un tesoro. Es un
estado donde nada importa. Como estar en la gloria unos minutos. Como detener
el tiempo. ¿Quién no recuerda la embriaguez del enamoramiento? aunque haya durado
poco.
La felicidad es como, en un instante, haber logrado la
plenitud. Como si de repente, todo tuviera sentido. Y entonces las cosas fluyen
sin obstrucción y nos sentimos en paz y creemos en el porvenir.
“Morante me ha dado diez minutos de felicidad”. Esas fueron
las palabras exactas del Matador Emilio Muñoz refiriéndose a Morante de la
Puebla, mientras narraba la faena a su segundo toro, de la ganadería de Juan
Pedro Domecq, el pasado 19 de marzo en la Feria de las Fallas de Valencia.
Diez minutos de felicidad es un gran regalo para cualquiera,
para todos los que lo vimos. El gran regalo de la expresión. Morante conmovió con
su sentimiento, nuestro propio sentimiento.
Porque la felicidad es olvidarte por unos momentos de todo,
tus problemas, tus tribulaciones, tus dudas y tus deudas, tus amores no
correspondidos, tus fallas cardiacas y tus carencias circulatorias, tus
lejanías, tus recuerdos desterrados, tus decepciones, tus puertas cerradas. Ser
feliz es estar ajeno a todo, en un estado único de gracia ¿Qué importa nada? sólo
atesorar en la memoria aquello que provocó dicho sentimiento. En ese momento se
tiene certeza de todo. Y hay que sujetar ese instante, con el último resquicio que
nos quede de lucidez.
Morante salió gustándose desde el inicio. El toro, sin ser
el mejor, porque no humillaba, colaboró con el artista, y él se acomodó y
entendió su embestida, y tomó la decisión de hacer una faena que durara por
siempre.
Con el capote jugó los brazos con gran suavidad, acompañando
cada lance con la barbilla encajada en el pecho. Luego, cada muletazo fue
ejecutado no sólo con el cuerpo, también con el alma.
Morante puso en una bandeja su corazón. Nos dio el regalo de
la extensión y de la profundidad, en un pase de pecho que siento que aún no ha
terminado. Y luego, salió de ese pase de pecho, como quien sale de un trance,
extasiado, consciente de lo hecho, jadeando… porque de esta corrida, lo que ha
quedado no es la gran faena de Ponce, ni la puerta grande de Luque. Ha quedado
Morante… y toda su dimensión.
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