La muerte aunque a veces esperada y liberadora, siempre
entristece, porque significa el fin de algo.
El pasado jueves en la noche, ya casi en viernes, los
brindis cambiaron de ser festivos a ser solemnes, en honor de alguien que
murió.
Murió mi querido Maestro Jorge González, también conocido
como “Pastelerito”. Él fue quien me enseñó a torear, o por lo menos hizo su
mejor esfuerzo. Además me enseñó a hacer patrones de costura a partir de sacos
de cemento, a hacer tabiques, detalles de arquitectura, y también me enseñó que
se puede ser feliz si tienes siempre en la mente un proyecto. Esas cosas no las
aprendes en Harvard.
Yo no soy de asomarme a la caja a ver al difunto, me
horroriza, se me hace morboso, sin embargo, me asomé. Hace mucho no lo veía y
me llevé de él una imagen dulce y en paz; con sus facciones moriscas -porque él
siempre decía que tenía ascendencia morisca, a saber si será cierto- pero ayer
volví a ver sus pómulos prominentes y esa nariz que siempre se me hizo tan
perfecta, muy recta pero con una discreta joroba que le daba mucha elegancia. Estuve
en la ciudad de México para darle el último adiós.
Si bien no cabe lamentarse de la muerte de un hombre de 93
años que ya estaba esperándola con ansias, si hay que lamentarse de la desaparición
de personajes como él, uno de los últimos románticos de la Fiesta; una Fiesta en
manos de promotores sin esencia, sin historias, sin autenticidad y sin gran amor
por lo que hacen; una Fiesta donde esta raza en extinción ya no tiene cabida.
Cada vez que muere uno de estos personajes, muere con él, una
parte de la Fiesta muy importante: la de un maletilla toreando en un pueblo perdido,
pero con los sueños mucho más grandes que la mismísima Plaza México.
Jorgito siempre lució como lo que era, un torero. Siempre
tan derechito, tan esbelto, tan trajeado, aunque fuéramos a un pueblito rascuache.
Él iba siempre elegante, dándole su lugar a algo tan serio, como la Fiesta, él
era el Maestro y tenía que verse a la altura de su responsabilidad. Sus
zapatos, hechos por él mismo, eran de dos colores, en gamuza y charol… y con
una mano metida dentro de la bolsa del pantalón, haciendo de lado el saco.
En todas las anécdotas que narraba Jorge, siempre había un
personaje increíble, surreal, por ello, no me hubiera extrañado nadita ver
llegar a su funeral a uno de ellos.
Descansa en paz Pastelerito querido. Descansa satisfecho del
gran legado que nos has dejado, tan solo con haber coincidido contigo en esta
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario