Hay días en que las lecciones vienen solas, y sujetos cuyo
fin no es darnos una lección, sin embargo lo hacen.
Desde aquella tarde en Zaragoza, que marcase en la vida de
Juan José Padilla un antes y un después, este hombre se ha encargado, sin
proponérselo de ser un ejemplo para taurinos, no taurinos… para propios y
ajenos.
Un hombre revirtiendo su propia circunstancia y creciéndose
ante ella.
Ponerse de pie después del bombardeo y observar el desastre,
y hacer un recuento de lo que queda, y decidir que con lo que queda, debe
volver a empezar en donde lo dejó.
Esa ya es una hazaña.
Empezar de nuevo, pero más fuerte, más valiente y más
decidido… si es que se puede. Encarar de frente a la vida, al azar y ofrecer su
cuerpo como ofrenda, ante el milagro de seguir vivo.
Y salir en hombros en honor a esta tarde, y en honor a su
valor, su coraje y su rabia, demostrada desde siempre.
Y seguir dejando el corazón, porque ese, nadie se lo ha
arrancado.
Y llorar lágrimas de las que lloran los hombres, ante la
gloria de aquel grito: “¡Torero! ¡Torero!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario