martes, 18 de diciembre de 2012

Con bandera de pirata


Hay días en que las lecciones vienen solas, y sujetos cuyo fin no es darnos una lección, sin embargo lo hacen.
Desde aquella tarde en Zaragoza, que marcase en la vida de Juan José Padilla un antes y un después, este hombre se ha encargado, sin proponérselo de ser un ejemplo para taurinos, no taurinos… para propios y ajenos.
Un hombre revirtiendo su propia circunstancia y creciéndose ante ella.
Ponerse de pie después del bombardeo y observar el desastre, y hacer un recuento de lo que queda, y decidir que con lo que queda, debe volver a empezar en donde lo dejó.
Esa ya es una hazaña.
Empezar de nuevo, pero más fuerte, más valiente y más decidido… si es que se puede. Encarar de frente a la vida, al azar y ofrecer su cuerpo como ofrenda, ante el milagro de seguir vivo.
Y salir en hombros en honor a esta tarde, y en honor a su valor, su coraje y su rabia, demostrada desde siempre.
Y seguir dejando el corazón, porque ese, nadie se lo ha arrancado.
Y llorar lágrimas de las que lloran los hombres, ante la gloria de aquel grito: “¡Torero! ¡Torero!”.

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