26 de febrero de 2012
18va Corrida
Diego Ventura
Uriel Moreno “El Zapata”
Fermín Rivera
Toros:
La Estancia, para rejones
Marco Garfias, para lidia ordinaria
Uriel Moreno “El Zapata” es un torero, que sin adornarse de más diciendo que es figura del toreo, sale cada tarde a justificarse, a morirse, a salir en hombros o por la enfermería. Su actitud es ejemplo para todos aquellos que dudan, para todos aquellos que dejan su 100% para el toro que sigue, para los que están seguros de siempre tener otra oportunidad y nunca hacen nada, y nunca pasan de ser grises y de ser mediocres. Al “Zapata” se le hacen pocas todas las tardes que torea para entregar el alma y el cuerpo, como si cada tarde, fuera la última oportunidad que tiene de morirse, si así fuera preciso. Y es que eso debe ser, si es que se tienen intenciones de trascender en este duro camino o en cualquier otro. Esa es su diferencia competitiva, en comparación de tantos otros que ahí andan no más pensando que algún día van a ser figuras sólo por la gracia de Dios. El no se vende como figurita, ni como la próxima gran figurita, ni como promesa, ni como artista, ni como elegido, ni como nada… el es un torero de garra, de hambre, de entrega, de facultades, de valor y de corazón. Y su moneda de cambio es su vida misma. La expresión de su rostro así lo dice: un rostro con surcos de rabia, de sueños, de dolor, de convicción.
Verlo en el tercio de banderillas es un espectáculo, porque le sobran facultades y sabe vender este tercio.
Esta tarde, en su primer toro, tras un quite vistoso, un tercio de banderillas de mucho lucimiento, una faena meritoria a un toro quedado y una estocada entera cortó una discreta oreja. Y en su segundo toro, igualmente parado, lo aprovecha desde el capote con un quite, luego en banderillas galleando, poniendo al quiebro, al violín, como se le da su gana, luego tras un brindis emotivo a su suegro, se lo va llevando del tercio a los medios de manera contundente, y en su afán de improvisar y de transmitir a un tendido ávido de emociones, el toro lo prende de fea forma y cae también de fea manera con una cornada en el muslo. Pero un torero con el pundonor del “Zapata”, por supuesto sale cojeando y doliéndose a matar a su toro y lo mata de una gran estocada. Para él, no hay dolor más grande que salir en silencio de una plaza.
Al finalizar el tercer toro, esta tarde se bañó de lágrimas, de nostalgia, esa misma nostalgia que se siente desde el momento mismo en que una decisión es tomada. Porque estoy segura que Beto Preciado, en todas sus cavilaciones acerca del momento de su adiós, empezó a sentir el frío de una tarde sin jugarse el pellejo. Porque de que seguirá toda su vida en toros es un hecho. Qué momento tan emotivo aquel de dar su última vuelta al ruedo como uno de los mejores subalternos que México ha dado. El lloraba, junto con tantos otros que también llorábamos, conmovidos. Mientras en las alturas se entonaban esas Golondrinas que tantos adioses han acompañado y que son tan desgarradoras como toda despedida. Luego, en los medios, el momento culminante, el corte de la coleta, de manos de su hermano Polo, entre gritos de ¡torero, torero!
Qué grande será la fiesta, que un hombre se deshace en llanto, porque ya no se jugará la vida cada tarde.
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