… Y sigo yo pensando en las imágenes que me quedaron de la corrida inaugural en la Plaza México.
Específicamente El Payo, saliendo de la enfermería, tras el fuerte arropón; con esa palidez, esa inevitable transparencia, que no sólo fue de rostro, fue de alma, fue de vocación, fue de convicción. Un muchacho entregando su vida a cambio de un sueño.
Y en contraste, ese torero inalterable, reposado y abandonado a su arte, Enrique Ponce, que torea con una naturalidad tan sobrada, que por momentos olvidamos que está frente a un toro.
Un mano a mano de hambre y sabiduría, la segunda se adquiere… con la primera se nace.
2 comentarios:
Me gusta el garbo con el que se refiere a estos dos matadores.
Así hay que escribir de dos toreros como este par.
Gracias por su comentario.
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