martes, 19 de enero de 2016

De cosas inaceptables… a cosas innegables

No se puede negar que la Fiesta en México se está convirtiendo en una burla a nivel mundial. Entre la presentación de los animales a lidiar, su falta de trapío, su falta de casta y muchas veces su falta de edad, así como la falta de pundonor de muchas de las Figuras que vienen a hacer la América, toreando animales que en España son apenas aceptables para un festival.
Tampoco se puede negar la falta de rigor de las autoridades de la plaza más importante de América, la México, quien con sumo descaro regalan orejas y también a veces, arrastres lentos.
Pero seamos justos, así como eso no se puede negar, tampoco, aún a pesar de lo anterior, se puede negar el arte, la lentitud y la estética que el de la Puebla del Río, por fin nos obsequió. En estas tardes es cuando recordamos que a estos toreros, los que convocan a los duendes, hay que esperarlos y verlos veinte tardes mal, para verlos una tarde bien.
Este domingo, su cuerpo fue tan solo un medio conductor, para transmitir mensajes de otras épocas y otras dimensiones. Como cuando se destapa una botella que ha navegado en océanos por años, por siglos, con un mensaje oculto, y llega a manos de alguien que descubre sus enigmas y sus guerras; con olor a sal y a caracolas; con el sonido dentro de todas las olas que revientan al mismo tiempo; con el desgaste de todas las piedras por las que pasó esa agua; con ecos de amores pasados, de amores frustrados, de amores vividos y luego enterrados para siempre.
Expresar con la cara, con el cuello, con la quijada, porque toda una anatomía no basta para vaciar el contenido de un alma.
El arte es el arte, aún frente al toro que haya sido, y más mérito lograr transmisión con toros tan sosos. El arte es un don, que pocos tienen. El arte es un detalle, una pincelada, un instante, donde hay peligro pero no se nota, por el exceso de naturalidad. Con el arte te dueles, con el peligro no. Porque el peligro es algo previamente asumido por todas las partes; en este tipo de torero, no se espera ese tremendismo, ni estar al filo de la butaca como con otros; por el contrario, se espera ese momento de suavidad y lentitud, extrema lentitud, donde se hace una pausa en el tiempo, donde nadie sabe qué pasó, ni cuánto duró. Y es hablar de eso por días, o por siempre. Morante se sintió inspirado. Logró un momento de intimidad entre el toro y él. Observó sus cualidades e hizo una obra, con lo que tenía a la mano. Era de una oreja porque la estocada fue defectuosa, y le dieron dos, pero la belleza que planteó ahí queda, como un recordatorio de que además del peligro y la emoción, está el innegable valor de la belleza y la expresión. La hondura la tienen solo unos cuantos y uno de ellos es Morante. Afortunados los que hemos coincidido en su época.
Por faenas como esta y artistas como este, es por lo que la Fiesta Brava renueva su razón de existir.  Estas escenas son las que le dan sentido.
El problema de la falta de casta ya generalizado en México, de la falta de voluntad por lidiar otras ganaderías o la falta de autoridad en una plaza en plena caída libre, son problemas que urge resolver si es que queremos preservar nuestra Fiesta, pero no lo haremos demeritando lo bueno que muchas veces sucede en el ruedo.

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