La vida siempre encuentra mecanismos idóneos para ponernos
en el camino a seres que nos guiarán a ser mejores personas. Nada es casualidad.
Y cada uno de estos seres, encontrará su propio lenguaje para transmitirnos su sabiduría.
A veces son métodos tan sutiles, que si no estás suficientemente receptivo,
puede que no llegues a comprender la grandeza que se oculta entre líneas.
Yo amo la Fiesta Brava por muchas cosas. Los toros han sido
una parte invaluable de mi formación, han sido la alegoría perfecta para
enfrentarme a vida de la manera más valiente de la que he sido capaz.
Curro de los Reyes es un aficionado práctico de los mejores.
Tiene un pellizco y una solera equiparable con toreros que han pasado a la
historia por su gran hondura. Además, es una persona en perfecto equilibrio
consigo mismo. De él he aprendido infinidad de cosas, y muchas han sido a
través de la afición que compartimos y que nos ha llevado a vivir momentos muy
intensos y de mucho miedo, pero miedo del bonito, del que se disfruta.
De él aprendí términos como “sin verse la ropa” y esto aplicado
no sólo cuando me revolcaba hace mucho una becerra, sino en todas las
circunstancias en las que ha sido necesario pararse “sin verse la ropa” y
regresar a pegar otro muletazo, a la becerra o a la vida, así, en caliente.
Compartir miedos me ha enseñado que el amor por otra persona
puede ser tan fuerte, que te olvidas de ti mismo, porque hay prioridades. Y que
no importa si te gusta lo que una persona decida hacer, si la amas, es tu deber
apoyarla, a pesar de lo que ello implique.
A través de este señor he aprendido que no existen fracasos,
sino oportunidades para “crecerse ante el castigo” y demostrar de qué estamos
hechos. Él me ha retado a “irme a los medios” “echándome el capote a la
espalda” con el valor que sólo puede darte la plena convicción.
Y sobre todo, me ha enseñado que a un sueño NUNCA se debe
renunciar, no importa qué diga la gente, no importa el tiempo que tome realizarlo
y no importa de qué forma este sueño se materialice. Curro de los Reyes siempre
ha mantenido vigente su proyecto. Cada vez que pega una media verónica, da un
sabroso derechazo o ejecuta un sentido desdén como los que sólo él sabe hacer,
ve realizado su sueño de ser torero. Es un gran torero.
Un hombre del cual he aprendido el valor del amor, de la
amistad y de la complicidad, y algo de lo que muy pocas personas pueden
presumir: la congruencia.
Esto va para él. En este Día del Padre.
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