Cuando hay una despedida, siempre se
empieza a extrañar por anticipado; el que se va recuerda solo lo bueno, se
sufre de memoria selectiva y se siente una gran tentación que invita a quedarse;
pero cuando se ha tomado una decisión es por algo, los ciclos terminan y a
veces, el alma se cansa de tanto esperar.
Ignacio Garibay se despidió de la Plaza
México y lo hizo en concordancia a su trayectoria, sin dejar nada a deber, en
plenitud de facultades, de recursos y de entrega, como deben retirarse los
grandes toreros; dejando una serie de cuestionamientos por la juventud con que toma
esta decisión, como si pensáramos que no era el momento, aunque solo quien dice
adiós, sabe cuándo es oportuno.
Por ir de por medio la vida, este tipo de
decisiones no se toman a la ligera. Y cuando decimos que va la vida de por
medio, quiere decir que después de esto, definitivamente no va a ser la vida
que Nacho conocía, será otra, la que él decida a partir de ahora, pero nunca la
misma; la intensidad, los sueños, las ilusiones, esos quedarán en otra parte
guardados; habrá que gestar otros, en otro tema, de otro estilo; habrá que
construirse de nuevo un por qué y un para qué…
Lo que ahora nos ocupa es la forma en que
se despidió, la manera en que los acordes de “Las Golondrinas”, tantas veces
escuchadas, sonaron diferente en los oídos, alma y corazón de Garibay, porque esta
vez, fueron en su honor.
Su familia por supuesto estuvo presente,
su esposa limpiándose las lágrimas, sus hijos sin perder ningún detalle de esta
tarde tan importante para su padre, y cuando vemos esta estampa familiar tan bonita
es donde preguntamos ¿de verdad los taurinos estamos haciendo algo mal ante los
ojos de esta nueva humanidad “tan evolucionada y despertada de su conciencia”? Este
mundo loco y al revés, sin congruencia, que quiere prohibir la entrada de los
niños a las plazas, impidiéndoles a los padres compartir con sus hijos estos
momentos tan profundos y tan hermosos. ¡Imagínense que estos niños no hubieran
podido estar presentes acompañando a su padre en un día tan importante para
todos!
Garibay toreó esta tarde con el capote
como siempre y como nunca. Un capote que se movió con la suavidad y exquisitez
con que se mece una cuna ¡y qué remates!… y esos quites, con qué quietud y
valor… qué verticalidad y qué personalidad; luego en muleta, doblándose de
inicio, con qué actitud… relajado, gustándose, disfrutando su tarde, su
despedida, sus toros.
Y no por ser esta una despedida hablamos
bien del torero, por trayectoria, nostalgia o últimos merecimientos… ¡no!… Ignacio
Garibay estuvo verdaderamente bien, con sitio, con recursos, con arte y con
sentimiento, transmitiendo al público, como tantas tardes que lo hemos visto entregado,
por ello, lamentamos su decisión, más ahora, que estamos tan escasos de toreros
con pundonor, sello y personalidad.
¡Hasta siempre Ignacio!
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