jueves, 22 de noviembre de 2018

La despedida de un grande

Cuando hay una despedida, siempre se empieza a extrañar por anticipado; el que se va recuerda solo lo bueno, se sufre de memoria selectiva y se siente una gran tentación que invita a quedarse; pero cuando se ha tomado una decisión es por algo, los ciclos terminan y a veces, el alma se cansa de tanto esperar.
Ignacio Garibay se despidió de la Plaza México y lo hizo en concordancia a su trayectoria, sin dejar nada a deber, en plenitud de facultades, de recursos y de entrega, como deben retirarse los grandes toreros; dejando una serie de cuestionamientos por la juventud con que toma esta decisión, como si pensáramos que no era el momento, aunque solo quien dice adiós, sabe cuándo es oportuno.
Por ir de por medio la vida, este tipo de decisiones no se toman a la ligera. Y cuando decimos que va la vida de por medio, quiere decir que después de esto, definitivamente no va a ser la vida que Nacho conocía, será otra, la que él decida a partir de ahora, pero nunca la misma; la intensidad, los sueños, las ilusiones, esos quedarán en otra parte guardados; habrá que gestar otros, en otro tema, de otro estilo; habrá que construirse de nuevo un por qué y un para qué…
Lo que ahora nos ocupa es la forma en que se despidió, la manera en que los acordes de “Las Golondrinas”, tantas veces escuchadas, sonaron diferente en los oídos, alma y corazón de Garibay, porque esta vez, fueron en su honor.
Su familia por supuesto estuvo presente, su esposa limpiándose las lágrimas, sus hijos sin perder ningún detalle de esta tarde tan importante para su padre, y cuando vemos esta estampa familiar tan bonita es donde preguntamos ¿de verdad los taurinos estamos haciendo algo mal ante los ojos de esta nueva humanidad “tan evolucionada y despertada de su conciencia”? Este mundo loco y al revés, sin congruencia, que quiere prohibir la entrada de los niños a las plazas, impidiéndoles a los padres compartir con sus hijos estos momentos tan profundos y tan hermosos. ¡Imagínense que estos niños no hubieran podido estar presentes acompañando a su padre en un día tan importante para todos!
Garibay toreó esta tarde con el capote como siempre y como nunca. Un capote que se movió con la suavidad y exquisitez con que se mece una cuna ¡y qué remates!… y esos quites, con qué quietud y valor… qué verticalidad y qué personalidad; luego en muleta, doblándose de inicio, con qué actitud… relajado, gustándose, disfrutando su tarde, su despedida, sus toros.
Y no por ser esta una despedida hablamos bien del torero, por trayectoria, nostalgia o últimos merecimientos… ¡no!… Ignacio Garibay estuvo verdaderamente bien, con sitio, con recursos, con arte y con sentimiento, transmitiendo al público, como tantas tardes que lo hemos visto entregado, por ello, lamentamos su decisión, más ahora, que estamos tan escasos de toreros con pundonor, sello y personalidad.

¡Hasta siempre Ignacio!

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