martes, 28 de noviembre de 2017

Aprendiendo a soñar


Fotografías: Carlos Castillo.

El sábado 25 de noviembre hubo un festival donde actuaron los alumnos de la Escuela Taurina Jorge Ávila de Cancún.
Podemos hablar de muchas cosas, por ejemplo de los grandes avances que han tenido con respecto a la anterior clase práctica en la ganadería de La Ceiba; hablar también del cortijo tan hermoso donde se hizo el festival, Bullfight Xperience, en la Ruta de los Cenotes.
Pero me gustaría contar, un poco egoístamente, lo que yo viví, porque este día no solo dejó enseñanzas a los alumnos, sino también a los que estuvimos presentes, por ejemplo yo, que aprendo a renovar sueños que de pronto creí archivados en un cajón, porque me acuerdo de la emoción que sentía hace algunos años y ahora veo esa emoción no solo en las caritas de los niños (algunos con apenas 6 añitos) sino también en las de los alumnos un poco mayores; y es que todo es emocionante, desde estrenar los avíos y el traje corto, aunque solo sea para partir plaza; los nervios previos que se alargaron mucho porque tardaron en llegar las becerras; esa contradicción que yo sé que cada uno sintió aunque ninguno lo admita, debatiéndose entre “que no lleguen las becerras, total, por mí no quedó…” y “que ya lleguen las becerras porque hay un torero esperándolas y ese soy yo”. 
Es un aprendizaje saber que siempre hay una ilusión que mantener viva; que siempre hay un traje que estrenar para lucir como príncipes; que debemos ir tras de lo que nos hace sentir vivos, aunque nos tachen de locos. 
Algo que me conmueve profundamente son los Maestros, Amado Luna, su director, junto con Carlos Mendoza y Marco Antonio Cabañas. Ninguno cobra un centavo por compartir sus conocimientos, sin embargo reciben la recompensa más valiosa, como la admiración que sienten por ellos, como la satisfacción de enseñar una filosofía de vida tan profunda, que les servirá para cada paso que den en su vida, pero lo más importante que hacen estos hombres por sus alumnos: enseñarlos a soñar, porque cada uno sueña con torear como lo hacen en sus clases de salón; porque cada uno sueña con que está en una plaza llena; porque cada uno sueña con la gloria. Ahora sueñan con eso, pero siempre soñarán con algo, porque ya aprendieron cómo hacerlo.
Se le entregó un reconocimiento a Carlos Mendoza, quien tiene a su cargo a los más pequeños, y por más que se trató de explicar que era por su entusiasmo y por la pasión que pone en sus clases, las palabras son pocas ante lo que Carlos hace y lo que transmite, no se puede describir, hay que verlo para entender lo corto que se quedan todos los homenajes.
Pero eso de soñar no solo se limita a los alumnos, los maestros también sueñan, la escuela misma era un sueño que Amado enamoró por años, y ahora, que por fin la ve concretada, lucha día a día porque se consolide y por fin salga de aquí una Figura mexicana y ese sueño lo comparte con Marco y Carlos, por ello es una Escuela para soñar, donde todos son alumnos… y todos son Maestros.
Y como colofón a los sueños que todos tejen y todos cumplen, es importante mencionar que esta escuela cuenta con un miembro muy destacado, que está siempre presente, observando y sintiendo y en este festival les hizo el más grande de los honores. 

Don Jorge Aceves fue el Alguacilillo de la Monumental Plaza México durante ¡36 años! Cuántas tardes colmadas hasta la bandera habrá partido plaza este hombre, presidiendo festejos donde se jugaban los sueños y la vida grandes Figuras del toreo mundial; de cuántas emociones ha sido partícipe; cuántas orejas entregadas, cuántos rabos, cuántos abrazos dados, cuantas anécdotas y vivencias. Sí, con toda esta historia respaldándolo, Don Jorge Aceves le hizo el honor a la escuela y a todos presentes, de volver a vestir su traje de Alguacilillo, volverse a montar en un caballo y volver a partir plaza con toda la ceremonia y todo el protocolo, llenando el ambiente de nostalgia y recuerdos de tardes grandes, para que todos se supieran toreros y que todos nos enteráramos que esa plaza, la de ese día, era la más importante del mundo. Y estoy segura que Don Jorge cerraba sus ojos y soñaba también él con esos paseíllos y con ese murmullo de 42,000 almas vibrando al sonido de “Cielo andaluz”.















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