Se supone que las matemáticas son siempre exactas. Sin embargo, de repente algo falla y las sumas no cuadran, los cálculos se confunden y lo que se supone preciso, varía.
Qué elemental pensar que 2 es igual a 2, suena lógico ¿no?, pero resulta que 2 no siempre es igual a 2, hablando por lo menos en el tema taurino.
En muchas ocasiones es tan evidente que las orejas no cuentan, al menos para los aficionados a los que les gusta guardar en su memoria una obra de arte.
No son lo mismo dos orejas… que dos orejas. Hay orejas de peso y orejas que no dicen nada.
Las orejas sirven solo para las estadísticas. Números que nada tienen que ver con las cosas del corazón, que nada hablan del alma, que nada reflejan del espíritu; que nada añaden a los recuerdos; que no se mezclan con todo aquello que es para siempre.
Dos orejas ha cortado Morante a un toro y dos orejas ha cortado Joselito Adame a otro toro, dos tardes distintas pero ambas en la misma plaza… y sin embargo, es como hablar de agua y de aceite. De asuntos celestiales y de asuntos terrenales. ¿Es comparable lo realizado por Morante a lo realizado por Joselito? No… nunca. Claro, las condiciones varían, los toros son otros, los toreros son otros, los estilos de uno y de otro distan millones de años luz.
Unas orejas tan válidas como las otras, pero ¿qué pasa cuando la corrida termina? ¿de qué habla la gente? La atemporalidad de una faena no la dan las orejas, la da los días o los años que se sigua hablando de un torero y de su obra; lo dan los recuerdos indelebles de unos segundos de profunda belleza; lo da la emoción que por siempre seguirá despertando un ser humano que posee el don de la expresión.
Los apéndices pueden marcar la diferencia, o por el contrario, ser lo menos importante. La faena de Morante pudo haber sido de una o dos orejas, o de orejas y el rabo, o de un aviso, o del toro devuelto vivo, o de lo que gusten y manden, pero cuando se torea como toreó el pasado 11 de diciembre, ya nada importa demasiado; solo importa el aroma de su arte; un cuerpo en comunión con el alma que lo habita y también con el cómplice que lo entiende. Aquello que permanece, que duele de tan sublime, que debe ser plasmado en el más bello óleo jamás creado.
¿Son igual unas orejas que otras? Me quedo con la faena grabada ya en la historia y en la retina, plasmada en donde se plasman las cosas eternas.
En este caso las matemáticas son inexactas. Las matemáticas mienten y no sirven de nada. Dos nunca será igual… a dos.
Foto: La Plaza México.
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