Kitsch se define como la exaltación del mal gusto. Y es necesario tener la suficiente sensibilidad para poder apreciar su magnificencia como expresión de una idiosincracia. Y es que los mexicanos somos Kitsch por naturaleza. Nos encanta lo recamado, lo que tiene foquitos, el perrito que mueve su cabecita en el tablero del coche, la imagen del Cristo hecho con holograma que abre y cierra los ojos, en fin, somos grandes exponentes de este arte único y admirado, del cual me ocuparé con mayor profundidad en otra ocasión ya que me encanta.
Pero, el atuendo que sacó ayer el joven Arturo Saldívar, no tiene parangón.
Yo tenía mucha expectación por ver al muchacho, pero mi curiosidad se fue al suelo en el instante mismo en que salió por la puerta de cuadrillas para hacer el paseíllo. ¿qué no han sido suficientes festejos los que hemos tenido con ocasión del Bicentenario? ¿Pos que no te enteraste que hubo un desfile conmemorativo el 15 de septiembre y que ahí hubieras lucido rete ufano tu tacuche con sus águilas reales mientras levantaban al Coloso? ¡Mijo! ¿En qué cabeza cabe, si es que cabe vestirse así? ¿En la México? ¿La tarde de tu confirmación?. El chamaco parecía monografía de niño héroe. Decían por ahí los “enterados”, que qué traje tan original, cuánta prudencia. Decían también que el público estaba frío con el… ¡pos si no dijo gran cosa con su toreo! ¿Qué quieren? ¿Que le traigan mariachi aprovechando tanto patriotismo? Eso si, el muchacho se le ve seguro pero es mucho show pa’ mi gusto. La estocada, por cierto trasera, le valió calentar el ánimo del público y le dieron una orejita.
Y como no me gusta mezclar lo inmezclable… de Castella y su faena trataré en otra entrada.