y
nos regala un sueño tan escurridizo
que
hay que andarlo de puntillas, por no romper el hechizo…
Joan
Manuel Serrat.
Hay veces que ansiamos tanto la maravilla,
que cuando llega, no la sabemos manejar, no sabemos sostenerla; es un recién
nacido entre nuestras manos.
Queremos que dure por siempre; al
principio nos recreamos, nos gustamos, nos dormimos en la suerte; hacemos
maravillas con la maravilla; nos lucimos, cuajamos unas tandas hermosas y
templadas, naturales y profundas, y la gente se da cuenta y nos abre paso y
hacen un círculo a nuestro alrededor y nos admiran y nos aplauden y sienten lo
que sentimos y los contagiamos con nuestra felicidad; sabemos que es tan
difícil de encontrarla, que no queremos que se nos reviente entre las manos “como
pompas de jabón” diría Machado. Y luego, ante tanta maravilla, nos agotamos de
cuidarla y nos atascamos y nos atracamos y nos engolosinamos y la hostigamos y
la fastidiamos y al final, es ella la que quiere huir, dejándonos
desconcertados, solos y tristes. Le dimos de más, nos dio de más. Se nos pasó
de faena el romance, no lo rematamos a tiempo, en lugar de pasar al siguiente
nivel, más profundo y espiritual, nos quedamos en el más primario, en el más
elemental, que no por ello dejó de ser bello.
De tanto anhelarla, nos cayó irónicamente
de sorpresa, como si no la mereciéramos, como si no hubiéramos soñado toda la
vida con su llegada. Así pasa y es triste, quizá más triste que si nunca
hubiera llegado, porque de ser así, la responsabilidad no hubiera recaído sobre
nosotros, sino sobre el destino o la vida… o como cada quien buenamente quiera
llamarle.