Del “Zotoluco”, qué más se puede ver que no se haya visto ya.
Inteligente, poderoso, haciéndose poco a poco de su primer toro,
insistiendo por el izquierdo, sometiéndolo… todos estos encantos, sabiduría
y cualidades, enmarcados por gritos, trapazos y brusquedades, como si estuviéramos
en la lucha libre.
Como siempre, anhelábamos ver a Morante en toda su
plenitud y arte, y al final, como siempre, sólo vimos detalles. Claro, no fueron
detalles cualquiera. Son de los que ahí quedan. Porque lo que hace este
hombre, cuando quiere, inmediatamente repercute en el tendido. Y por eso, él
abusa. Y se conforma y nos da atolito con el dedo. Se me hicieron escasos
detalles para tantas promesas, para tanto Morante Tour, o como diría el filósofo, poeta y loco,
Juan Ga…
" son muy pocos besos para un enamorado". Ahora, lo que si hay que
comentar, es que el toro no era ninguna perita en dulce, y para el estilo de
torero que es, el de la Puebla mostró voluntad. De ninguna manera era el
toro esperado. Dos verónicas bonitas y una exquisita, un recorte igual de
exquisito, por ahí unas chicuelinas, unos naturales de ensueño,
con mucho contenido y unos cuántos derechazos muy desmayados, poquitos,
pero de los que duelen. Eso fue lo valioso de esta tarde, escaso pero con
transmisión. Más que los quinientos pases que se han podido pegar esta
misma tarde en los otros toros, pases más insustanciales que una pluma de
pollito de mercado.
Por otro lado, el caso de Diego Silveti. ¿Por qué casi siempre nuestros toreros, han de esperar la última
opción, si no es al toro de
regalo, para entregarse y querer lograr el triunfo? ¿Por qué
no tienen esa actitud desde el principio? Hubiese sido una desfachatez regalar
un toro después del que le correspondió en primer lugar. ¿Qué más necesitaba Silveti para triunfar
arrolladoramente? Era un toro para levantar a la gente de su asiento, para
llenar el ruedo de sombreros, sin importar si mata bien o mal, así,
toreando, escuchar el grito de ¡Torero! ¡Torero!... Pero ¿qué
hizó?
Lo toreó
sin parar, bien por ambos lados, con arte, con estética y técnica,
pero ¿qué
pasó?
¡Naaada!
No transmitió nada. No hizo una faena que correspondiese a las grandes
cualidades del toro. No llegó al nivel que debió haber llegado. Claro, en el último
si se entregó porque no le quedaba de otra, después de tres tardes en
esta temporada sin decir ni “pio”. Y entonces sí levantó
a la gente de su asiento y ahora sí le gritaron ¡Torero! ¡Torero!...
Muy bien, estuvo muy bien en su segundo, muy valiente, muy entregado y muy meritoria
su faena dadas las cualidades de este segundo toro, pero si ya le tocó
uno bueno, ¿por qué no se entrega y se recrea en ese? ¡Y
en el otro también!
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